Ya está terminando el fin de semana dedicado a santos y difuntos y para concluir, me gustaría poner el final de la poesía de Espronceda pero puesto que es muy larga la adjuno en un link para que el que quiera pueda terminar de leerla aquí El Estuadiante de Salamanca. Como colofón a estos días yo quiero poner a algunos de mis personajes favoritos de las películas relacionadas con este tema.
Igor - El Jovencito Frankenstein Oogie Boogie - Pesadilla antes de Navidad Cesare - El Gabinete del Dr. Caligari Beetlejuice Drácula - Drácula de Bram Stocker Jack Torrance - El Resplandor Norman Bates - Psicosis Max Schreck - Nosferatu Dr. Frank-N-Furter - The Rocky Horror Picture Show Profesor Henry Jarrods - Los crímenes del museo de cera Emily - La Novia Cadáver
El Estudiante de Salamanca - 2ª Parte (José De Espronceda)
Está la noche serena de luceros coronada, terso el azul de los cielos como transparente gasa.
Melancólica la luna 5 va trasmontando la espalda del otero: su alba frente tímida apenas levanta,
y el horizonte ilumina, pura virgen solitaria, 10 y en su blanca luz süave el cielo y la tierra baña.
Deslízase el arroyuelo, fúlgida cinta de plata al resplandor de la luna, 15 entre franjas de esmeraldas.
Argentadas chispas brillan entre las espesas ramas, y en el seno de las flores tal vez se aduermen las auras. 20
Tal vez despiertas susurran, y al desplegarse sus alas, mecen el blanco azahar, mueven la aromosa acacia,
y agitan ramas y flores 25 y en perfumes se embalsaman: Tal era pura esta noche, como aquella en que sus alas
los ángeles desplegaron sobre la primera llama 30 que amor encendió en el mundo, del Edén en la morada.
¡Una mujer! ¿Es acaso blanca silfa solitaria, que entre el rayo de la luna 35 tal vez misteriosa vaga?
Blanco es su vestido, ondea suelto el cabello a la espalda. Hoja tras hoja las flores que lleva en su mano, arranca. 40
Es su paso incierto y tardo, inquietas son sus miradas, mágico ensueño parece que halaga engañoso el alma.
Ora, vedla, mira al cielo, 45 ora suspira, y se para: Una lágrima sus ojos brotan acaso y abrasa
su mejilla; es una ola del mar que en fiera borrasca 50 el viento de las pasiones ha alborotado en su alma.
Tal vez se sienta, tal vez azorada se levanta; el jardín recorre ansiosa, 55 tal vez a escuchar se para.
Es el susurro del viento es el murmullo del agua, no es su voz, no es el sonido melancólico del arpa. 60
Son ilusiones que fueron: Recuerdos ¡ay! que te engañan, sombras del bien que pasó... Ya te olvidó el que tú amas.
Esa noche y esa luna 65 las mismas son que miraran indiferentes tu dicha, cual ora ven tu desgracia.
¡Ah! llora sí, ¡pobre Elvira! ¡Triste amante abandonada! 70 Esas hojas de esas flores que distraída tú arrancas,
¿sabes adónde, infeliz, el viento las arrebata? Donde fueron tus amores, 75 tu ilusión y tu esperanza;
deshojadas y marchitas, ¡pobres flores de tu alma!
Blanca nube de la aurora, teñida de ópalo y grana, 80 naciente luz te colora, refulgente precursora de la cándida mañana.
Mas ¡ay! que se disipó tu pureza virginal, 85 tu encanto el aire llevó cual la aventura ideal que el amor te prometió.
Hojas del árbol caídas juguetes del viento son: 90 Las ilusiones perdidas ¡ay! son hojas desprendidas del árbol del corazón.
¡El corazón sin amor! Triste páramo cubierto 95 con la lava del dolor, oscuro inmenso desierto donde no nace una flor!
Distante un bosque sombrío, el sol cayendo en la mar, 100 en la playa un aduar, y a los lejos un navío viento en popa navegar;
óptico vidrio presenta en fantástica ilusión, 105 y al ojo encantado ostenta gratas visiones, que aumenta rica la imaginación.
Tú eres, mujer, un fanal transparente de hermosura: 110 ¡Ay de ti! si por tu mal rompe el hombre en su locura tu misterioso cristal.
Mas ¡ay! dichosa tú, Elvira, en tu misma desventura, 115 que aun deleites te procura, cuando tu pecho suspira, tu misteriosa locura:
Que es la razón un tormento, y vale más delirar 120 sin juicio, que el sentimiento cuerdamente analizar, fijo en él el pensamiento.
Vedla, allí va que sueña en su locura, presente el bien que para siempre huyó. 125 Dulces palabras con amor murmura: Piensa que escucha al pérfido que amó.
Vedla, postrada su piedad implora cual si presente la mirara allí: Vedla, que sola se contempla y llora, 130 miradla delirante sonreír.
Y su frente en revuelto remolino ha enturbiado su loco pensamiento, como nublo que en negro torbellino encubre el cielo y amontona el viento. 135
Y vedla cuidadosa escoger flores, y las lleva mezcladas en la falda, y, corona nupcial de sus amores, se entretiene en tejer una guirnalda.
Y en medio de su dulce desvarío 140 triste recuerdo el alma le importuna y al margen va del argentado río, y allí las flores echa de una en una;
y las sigue su vista en la corriente, una tras otras rápidas pasar, 145 y confusos sus ojos y su mente se siente con sus lágrimas ahogar:
Y de amor canta, y en su tierna queja entona melancólica canción, canción que el alma desgarrada deja, 150 lamento ¡ay! que llaga el corazón.
¿Qué me valen tu calma y tu terneza, tranquila noche, solitaria luna, si no calmáis del hado la crudeza, ni me dais esperanza de fortuna? 155
¿Qué me valen la gracia y la belleza, y amar como jamás amó ninguna, si la pasión que el alma me devora, la desconoce aquel que me enamora?
Lágrimas interrumpen su lamento, 160 inclinan sobre el pecho su semblante, y de ella en derredor susurra el viento sus últimas palabras, sollozante.
Murió de amor la desdichada Elvira, cándida rosa que agostó el dolor, süave aroma que el viajero aspira 170 y en sus alas el aura arrebató.
Vaso de bendición, ricos colores reflejó en su cristal la luz del día, mas la tierra empañó sus resplandores, y el hombre lo rompió con mano impía. 175
Una ilusión acarició su mente: Alma celeste para amar nacida, era el amor de su vivir la fuente, estaba junto a su ilusión su vida.
Amada del Señor, flor venturosa, 180 llena de amor murió y de juventud: Despertó alegre una alborada hermosa, y a la tarde durmió en el ataúd.
Mas despertó también de su locura al término postrero de su vida, 185 y al abrirse a sus pies la sepultura, volvió a su mente la razón perdida.
¡La razón fría! ¡La verdad amarga! ¡El bien pasado y el dolor presente!... ¡Ella feliz! ¡que de tan dura carga 190 sintió el peso al morir únicamente!
Y conociendo ya su fin cercano, su mejilla una lágrima abrasó; y así al infiel con temblorosa mano, moribunda su víctima escribió: 195
«Voy a morir: perdona si mi acento vuela importuno a molestar tu oído: Él es, don Félix, el postrer lamento de la mujer que tanto te ha querido. La mano helada de la muerte siento... 200 Adiós: ni amor ni compasión te pido... Oye y perdona si al dejar el mundo, arranca un ¡ay! su angustia al moribundo.
»¡Ah! para siempre adiós. Por ti mi vida dichosa un tiempo resbalar sentí, 205 y la palabra de tu boca oída, éxtasis celestial fue para mí. Mi mente aún goza la ilusión querida que para siempre ¡mísera! perdí... ¡Ya todo huyó, desapareció contigo! 210 ¡Dulces horas de amor, yo las bendigo!
»Yo las bendigo, sí, felices horas, presentes siempre en la memoria mía, imágenes de amor encantadoras, que aún vienen a halagarme en mi agonía. 215 Mas ¡ay! volad, huid, engañadoras sombras, por siempre; mi postrero día ha llegado: perdón, perdón, ¡Dios mío!, si aún gozo en recordar mi desvarío.
»Y tú, don Félix, si te causa enojos 220 que te recuerde yo mi desventura; piensa están hartos de llorar mis ojos lágrimas silenciosas de amargura, y hoy, al tragar la tumba mis despojos, concede este consuelo a mi tristura; 225 estos renglones compasivo mira; y olvida luego para siempre a Elvira.
»Y jamás turbe mi infeliz memoria con amargos recuerdos tus placeres; goces te dé el vivir, triunfos la gloria, 230 dichas el mundo, amor otras mujeres: Y si tal vez mi lamentable historia a tu memoria con dolor trajeres, llórame, sí; pero palpite exento tu pecho de roedor remordimiento. 235
»Adiós por siempre, adiós: un breve instante siento de vida, y en mi pecho el fuego aún arde de mi amor; mi vista errante vaga desvanecida... ¡calma luego, oh muerte, mi inquietud!... ¡Sola... expirante!... 240 Ámame: no, perdona: ¡inútil ruego! ¡Adiós! ¡adiós! ¡tu corazón perdí! -¡Todo acabó en el mundo para mí!»
Así escribió su triste despedida momentos antes de morir, y al pecho 245 se estrechó de su madre dolorida, que en tanto inunda en lágrimas su lecho.
Y exhaló luego su postrer aliento, y a su madre sus brazos se apretaron con nervioso y convulso movimiento, 250 y sus labios un nombre murmuraron.
Y huyó su alma a la mansión dichosa, do los ángeles moran... Tristes flores brota la tierra en torno de su losa, el céfiro lamenta sus amores. 255
Sobre ella un sauce su ramaje inclina, sombra le presta en lánguido desmayo, y allá en la tarde, cuando el sol declina, baña su tumba en paz su último rayo...
El día de los fieles difuntos es una fiesta cristiana que se celebra el día 2 de Noviembre y su objetivo es orar por los fieles que han finalizado su vida terrena y que se encuentran aún en estado de purificación en el purgatorio.
Para nosotros este día es el equivalente a la fiesta de Halloween, rito pagano que tiene su origen en los antiguos pueblos celtas hace más de 2.500 años que se celebra en la actualidad durante la noche del 31 de Octubre. Esta fiesta fue exportada por los inmigrantes irlandeses a Estados Unidos en el siglo XIX. La fiesta original conmemoraba el final del año celta y ese último día se suponía que los espíritus salían de sus tumbas para apoderarse de los vivos y resucitar. Para evitarlo se decoraban las casas con cosas desagradables como huesos o calaveras de manera que los espíritus pasasen de largo asustados.
Como homenaje a nuestra tradición hoy día 2 de Noviembre hago mi pequeña celebración y les dedico esta bella obra de José de Espronceda, El Estudiante de Salamanca, que iré enviando por partes siendo esta la primera. Esta obra cuyo argumento incluye varios motivos como el mito de Don Juan Tenorio, la locura de la protagonista, una impresionante ronda espectral, la mujer esquelet, la visión del propio entierro...ya recogidos en obras de otros autores pero lo que hace de esta obra un poema mítico es la ruptura con los códigos tradicionales que hace que ésta establezca un puente hacia la poesía contemporánea.
El estudiante de Salamanca - Primera Parte (José De Espronceda)
Era más de media noche, antiguas historias cuentan, cuando en sueño y en silencio lóbrego envuelta la tierra, los vivos muertos parecen, 5 los muertos la tumba dejan. Era la hora en que acaso temerosas voces suenan informes, en que se escuchan tácitas pisadas huecas, 10 y pavorosas fantasmas entre las densas tinieblas vagan, y aúllan los perros amedrentados al verlas: En que tal vez la campana 15 de alguna arruinada iglesia da misteriosos sonidos de maldición y anatema, que los sábados convoca a las brujas a su fiesta. 20 El cielo estaba sombrío, no vislumbraba una estrella, silbaba lúgubre el viento, y allá en el aire, cual negras fantasmas, se dibujaban 25 las torres de las iglesias, y del gótico castillo las altísimas almenas, donde canta o reza acaso temeroso el centinela. 30 Todo en fin a media noche reposaba, y tumba era de sus dormidos vivientes la antigua ciudad que riega el Tormes, fecundo río, 35 nombrado de los poetas, la famosa Salamanca, insigne en armas y letras, patria de ilustres varones, noble archivo de las ciencias. 40 Súbito rumor de espadas cruje y un ¡ay! se escuchó; un ay moribundo, un ay que penetra el corazón, que hasta los tuétanos hiela 45 y da al que lo oyó temblor. Un ¡ay! de alguno que al mundo pronuncia el último adiós.
El ruido cesó, 50 un hombre pasó embozado, y el sombrero recatado 55 a los ojos se caló. Se desliza y atraviesa junto al muro 60 de una iglesia y en la sombra se perdió.
Una calle estrecha y alta, la calle del Ataúd 65 cual si de negro crespón lóbrego eterno capuz la vistiera, siempre oscura y de noche sin más luz que la lámpara que alumbra 70 una imagen de Jesús, atraviesa el embozado la espada en la mano aún, que lanzó vivo reflejo al pasar frente a la cruz. 75
Cual suele la luna tras lóbrega nube con franjas de plata bordarla en redor, y luego si el viento la agita, la sube disuelta a los aires en blanco vapor:
Así vaga sombra de luz y de nieblas, 80 mística y aérea dudosa visión, ya brilla, o la esconden las densas tinieblas cual dulce esperanza, cual vana ilusión.
La calle sombría, la noche ya entrada, la lámpara triste ya pronta a expirar, 85 que a veces alumbra la imagen sagrada y a veces se esconde la sombra a aumentar.
El vago fantasma que acaso aparece, y acaso se acerca con rápido pie, y acaso en las sombras tal vez desparece, 90 cual ánima en pena del hombre que fue,
al más temerario corazón de acero recelo inspirara, pusiera pavor; al más maldiciente feroz bandolero el rezo a los labios trajera el temor. 95
Mas no al embozado, que aún sangre su espada destila, el fantasma terror infundió, y, el arma en la mano con fuerza empuñada, osado a su encuentro despacio avanzó.
Segundo don Juan Tenorio, 100 alma fiera e insolente, irreligioso y valiente, altanero y reñidor: Siempre el insulto en los ojos, en los labios la ironía, 105 nada teme y toda fía de su espada y su valor.
Corazón gastado, mofa de la mujer que corteja, y, hoy despreciándola, deja 110 la que ayer se le rindió. Ni el porvenir temió nunca, ni recuerda en lo pasado la mujer que ha abandonado, ni el dinero que perdió. 115
Ni vio el fantasma entre sueños del que mató en desafío, ni turbó jamás su brío recelosa previsión. Siempre en lances y en amores, 120 siempre en báquicas orgías, mezcla en palabras impías un chiste y una maldición.
En Salamanca famoso por su vida y buen talante, 125 al atrevido estudiante le señalan entre mil; fuero le da su osadía, le disculpa su riqueza, su generosa nobleza, 130 su hermosura varonil.
Que en su arrogancia y sus vicios, caballeresca apostura, agilidad y bravura ninguno alcanza a igualar: 135 Que hasta en sus crímenes mismos, en su impiedad y altiveza, pone un sello de grandeza don Félix de Montemar.
Bella y más segura que el azul del cielo 140 con dulces ojos lánguidos y hermosos, donde acaso el amor brilló entre el velo del pudor que los cubre candorosos; tímida estrella que refleja al suelo rayos de luz brillantes y dudosos, 145 ángel puro de amor que amor inspira, fue la inocente y desdichada Elvira.
Elvira, amor del estudiante un día, tierna y feliz y de su amante ufana, cuando al placer su corazón se abría, 150 como el rayo del sol rosa temprana; del fingido amador que la mentía, la miel falaz que de sus labios mana bebe en su ardiente sed, el pecho ajeno de que oculto en la miel hierve el veneno. 155
Que no descansa de su madre en brazos más descuidado el candoroso infante, que ella en los falsos lisonjeros lazos que teje astuto el seductor amante: Dulces caricias, lánguidos abrazos, 160 placeres ¡ay! que duran un instante, que habrán de ser eternos imagina la triste Elvira en su ilusión divina.
Que el alma virgen que halagó un encanto con nacarado sueño en su pureza, 165 todo lo juzga verdadero y santo, presta a todo virtud, presta belleza. Del cielo azul al tachonado manto, del sol radiante a la inmortal riqueza, al aire, al campo, a las fragantes flores, 170 ella añade esplendor, vida y colores.
Cifró en don Félix la infeliz doncella toda su dicha, de su amor perdida; fueron sus ojos a los ojos de ella astros de gloria, manantial de vida. 175 Cuando sus labios con sus labios sella cuando su voz escucha embebida, embriagada del dios que la enamora, dulce le mira, extática le adora.