Ya está terminando el fin de semana dedicado a santos y difuntos y para concluir, me gustaría poner el final de la poesía de Espronceda pero puesto que es muy larga la adjuno en un link para que el que quiera pueda terminar de leerla aquí El Estuadiante de Salamanca.
Como colofón a estos días yo quiero poner a algunos de mis personajes favoritos de las películas relacionadas con este tema.
Igor - El Jovencito Frankenstein
Oogie Boogie - Pesadilla antes de Navidad
Cesare - El Gabinete del Dr. Caligari
Beetlejuice
Drácula - Drácula de Bram Stocker
Jack Torrance - El Resplandor
Norman Bates - Psicosis
Max Schreck - Nosferatu
Dr. Frank-N-Furter - The Rocky Horror Picture Show
Profesor Henry Jarrods - Los crímenes del museo de cera
Emily - La Novia Cadáver
domingo, noviembre 04, 2007
sábado, noviembre 03, 2007
2 de Noviembre Día de los Fieles Difuntos 2ª parte...
¡Esto es Halloween!
(Pesadilla antes de Navidad)
Continuamos con la mítica obra de Espronceda...
El Estudiante de Salamanca - 2ª Parte
(José De Espronceda)
Está la noche serena
de luceros coronada,
terso el azul de los cielos
como transparente gasa.
Melancólica la luna 5
va trasmontando la espalda
del otero: su alba frente
tímida apenas levanta,
y el horizonte ilumina,
pura virgen solitaria, 10
y en su blanca luz süave
el cielo y la tierra baña.
Deslízase el arroyuelo,
fúlgida cinta de plata
al resplandor de la luna, 15
entre franjas de esmeraldas.
Argentadas chispas brillan
entre las espesas ramas,
y en el seno de las flores
tal vez se aduermen las auras. 20
Tal vez despiertas susurran,
y al desplegarse sus alas,
mecen el blanco azahar,
mueven la aromosa acacia,
y agitan ramas y flores 25
y en perfumes se embalsaman:
Tal era pura esta noche,
como aquella en que sus alas
los ángeles desplegaron
sobre la primera llama 30
que amor encendió en el mundo,
del Edén en la morada.
¡Una mujer! ¿Es acaso
blanca silfa solitaria,
que entre el rayo de la luna 35
tal vez misteriosa vaga?
Blanco es su vestido, ondea
suelto el cabello a la espalda.
Hoja tras hoja las flores
que lleva en su mano, arranca. 40
Es su paso incierto y tardo,
inquietas son sus miradas,
mágico ensueño parece
que halaga engañoso el alma.
Ora, vedla, mira al cielo, 45
ora suspira, y se para:
Una lágrima sus ojos
brotan acaso y abrasa
su mejilla; es una ola
del mar que en fiera borrasca 50
el viento de las pasiones
ha alborotado en su alma.
Tal vez se sienta, tal vez
azorada se levanta;
el jardín recorre ansiosa, 55
tal vez a escuchar se para.
Es el susurro del viento
es el murmullo del agua,
no es su voz, no es el sonido
melancólico del arpa. 60
Son ilusiones que fueron:
Recuerdos ¡ay! que te engañan,
sombras del bien que pasó...
Ya te olvidó el que tú amas.
Esa noche y esa luna 65
las mismas son que miraran
indiferentes tu dicha,
cual ora ven tu desgracia.
¡Ah! llora sí, ¡pobre Elvira!
¡Triste amante abandonada! 70
Esas hojas de esas flores
que distraída tú arrancas,
¿sabes adónde, infeliz,
el viento las arrebata?
Donde fueron tus amores, 75
tu ilusión y tu esperanza;
deshojadas y marchitas,
¡pobres flores de tu alma!
Blanca nube de la aurora,
teñida de ópalo y grana, 80
naciente luz te colora,
refulgente precursora
de la cándida mañana.
Mas ¡ay! que se disipó
tu pureza virginal, 85
tu encanto el aire llevó
cual la aventura ideal
que el amor te prometió.
Hojas del árbol caídas
juguetes del viento son: 90
Las ilusiones perdidas
¡ay! son hojas desprendidas
del árbol del corazón.
¡El corazón sin amor!
Triste páramo cubierto 95
con la lava del dolor,
oscuro inmenso desierto
donde no nace una flor!
Distante un bosque sombrío,
el sol cayendo en la mar, 100
en la playa un aduar,
y a los lejos un navío
viento en popa navegar;
óptico vidrio presenta
en fantástica ilusión, 105
y al ojo encantado ostenta
gratas visiones, que aumenta
rica la imaginación.
Tú eres, mujer, un fanal
transparente de hermosura: 110
¡Ay de ti! si por tu mal
rompe el hombre en su locura
tu misterioso cristal.
Mas ¡ay! dichosa tú, Elvira,
en tu misma desventura, 115
que aun deleites te procura,
cuando tu pecho suspira,
tu misteriosa locura:
Que es la razón un tormento,
y vale más delirar 120
sin juicio, que el sentimiento
cuerdamente analizar,
fijo en él el pensamiento.
Vedla, allí va que sueña en su locura,
presente el bien que para siempre huyó. 125
Dulces palabras con amor murmura:
Piensa que escucha al pérfido que amó.
Vedla, postrada su piedad implora
cual si presente la mirara allí:
Vedla, que sola se contempla y llora, 130
miradla delirante sonreír.
Y su frente en revuelto remolino
ha enturbiado su loco pensamiento,
como nublo que en negro torbellino
encubre el cielo y amontona el viento. 135
Y vedla cuidadosa escoger flores,
y las lleva mezcladas en la falda,
y, corona nupcial de sus amores,
se entretiene en tejer una guirnalda.
Y en medio de su dulce desvarío 140
triste recuerdo el alma le importuna
y al margen va del argentado río,
y allí las flores echa de una en una;
y las sigue su vista en la corriente,
una tras otras rápidas pasar, 145
y confusos sus ojos y su mente
se siente con sus lágrimas ahogar:
Y de amor canta, y en su tierna queja
entona melancólica canción,
canción que el alma desgarrada deja, 150
lamento ¡ay! que llaga el corazón.
¿Qué me valen tu calma y tu terneza,
tranquila noche, solitaria luna,
si no calmáis del hado la crudeza,
ni me dais esperanza de fortuna? 155
¿Qué me valen la gracia y la belleza,
y amar como jamás amó ninguna,
si la pasión que el alma me devora,
la desconoce aquel que me enamora?
Lágrimas interrumpen su lamento, 160
inclinan sobre el pecho su semblante,
y de ella en derredor susurra el viento
sus últimas palabras, sollozante.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Murió de amor la desdichada Elvira,
cándida rosa que agostó el dolor,
süave aroma que el viajero aspira 170
y en sus alas el aura arrebató.
Vaso de bendición, ricos colores
reflejó en su cristal la luz del día,
mas la tierra empañó sus resplandores,
y el hombre lo rompió con mano impía. 175
Una ilusión acarició su mente:
Alma celeste para amar nacida,
era el amor de su vivir la fuente,
estaba junto a su ilusión su vida.
Amada del Señor, flor venturosa, 180
llena de amor murió y de juventud:
Despertó alegre una alborada hermosa,
y a la tarde durmió en el ataúd.
Mas despertó también de su locura
al término postrero de su vida, 185
y al abrirse a sus pies la sepultura,
volvió a su mente la razón perdida.
¡La razón fría! ¡La verdad amarga!
¡El bien pasado y el dolor presente!...
¡Ella feliz! ¡que de tan dura carga 190
sintió el peso al morir únicamente!
Y conociendo ya su fin cercano,
su mejilla una lágrima abrasó;
y así al infiel con temblorosa mano,
moribunda su víctima escribió: 195
«Voy a morir: perdona si mi acento
vuela importuno a molestar tu oído:
Él es, don Félix, el postrer lamento
de la mujer que tanto te ha querido.
La mano helada de la muerte siento... 200
Adiós: ni amor ni compasión te pido...
Oye y perdona si al dejar el mundo,
arranca un ¡ay! su angustia al moribundo.
»¡Ah! para siempre adiós. Por ti mi vida
dichosa un tiempo resbalar sentí, 205
y la palabra de tu boca oída,
éxtasis celestial fue para mí.
Mi mente aún goza la ilusión querida
que para siempre ¡mísera! perdí...
¡Ya todo huyó, desapareció contigo! 210
¡Dulces horas de amor, yo las bendigo!
»Yo las bendigo, sí, felices horas,
presentes siempre en la memoria mía,
imágenes de amor encantadoras,
que aún vienen a halagarme en mi agonía. 215
Mas ¡ay! volad, huid, engañadoras
sombras, por siempre; mi postrero día
ha llegado: perdón, perdón, ¡Dios mío!,
si aún gozo en recordar mi desvarío.
»Y tú, don Félix, si te causa enojos 220
que te recuerde yo mi desventura;
piensa están hartos de llorar mis ojos
lágrimas silenciosas de amargura,
y hoy, al tragar la tumba mis despojos,
concede este consuelo a mi tristura; 225
estos renglones compasivo mira;
y olvida luego para siempre a Elvira.
»Y jamás turbe mi infeliz memoria
con amargos recuerdos tus placeres;
goces te dé el vivir, triunfos la gloria, 230
dichas el mundo, amor otras mujeres:
Y si tal vez mi lamentable historia
a tu memoria con dolor trajeres,
llórame, sí; pero palpite exento
tu pecho de roedor remordimiento. 235
»Adiós por siempre, adiós: un breve instante
siento de vida, y en mi pecho el fuego
aún arde de mi amor; mi vista errante
vaga desvanecida... ¡calma luego,
oh muerte, mi inquietud!... ¡Sola... expirante!... 240
Ámame: no, perdona: ¡inútil ruego!
¡Adiós! ¡adiós! ¡tu corazón perdí!
-¡Todo acabó en el mundo para mí!»
Así escribió su triste despedida
momentos antes de morir, y al pecho 245
se estrechó de su madre dolorida,
que en tanto inunda en lágrimas su lecho.
Y exhaló luego su postrer aliento,
y a su madre sus brazos se apretaron
con nervioso y convulso movimiento, 250
y sus labios un nombre murmuraron.
Y huyó su alma a la mansión dichosa,
do los ángeles moran... Tristes flores
brota la tierra en torno de su losa,
el céfiro lamenta sus amores. 255
Sobre ella un sauce su ramaje inclina,
sombra le presta en lánguido desmayo,
y allá en la tarde, cuando el sol declina,
baña su tumba en paz su último rayo...
(Pesadilla antes de Navidad)
Continuamos con la mítica obra de Espronceda...
El Estudiante de Salamanca - 2ª Parte
(José De Espronceda)
Está la noche serena
de luceros coronada,
terso el azul de los cielos
como transparente gasa.
Melancólica la luna 5
va trasmontando la espalda
del otero: su alba frente
tímida apenas levanta,
y el horizonte ilumina,
pura virgen solitaria, 10
y en su blanca luz süave
el cielo y la tierra baña.
Deslízase el arroyuelo,
fúlgida cinta de plata
al resplandor de la luna, 15
entre franjas de esmeraldas.
Argentadas chispas brillan
entre las espesas ramas,
y en el seno de las flores
tal vez se aduermen las auras. 20
Tal vez despiertas susurran,
y al desplegarse sus alas,
mecen el blanco azahar,
mueven la aromosa acacia,
y agitan ramas y flores 25
y en perfumes se embalsaman:
Tal era pura esta noche,
como aquella en que sus alas
los ángeles desplegaron
sobre la primera llama 30
que amor encendió en el mundo,
del Edén en la morada.
¡Una mujer! ¿Es acaso
blanca silfa solitaria,
que entre el rayo de la luna 35
tal vez misteriosa vaga?
Blanco es su vestido, ondea
suelto el cabello a la espalda.
Hoja tras hoja las flores
que lleva en su mano, arranca. 40
Es su paso incierto y tardo,
inquietas son sus miradas,
mágico ensueño parece
que halaga engañoso el alma.
Ora, vedla, mira al cielo, 45
ora suspira, y se para:
Una lágrima sus ojos
brotan acaso y abrasa
su mejilla; es una ola
del mar que en fiera borrasca 50
el viento de las pasiones
ha alborotado en su alma.
Tal vez se sienta, tal vez
azorada se levanta;
el jardín recorre ansiosa, 55
tal vez a escuchar se para.
Es el susurro del viento
es el murmullo del agua,
no es su voz, no es el sonido
melancólico del arpa. 60
Son ilusiones que fueron:
Recuerdos ¡ay! que te engañan,
sombras del bien que pasó...
Ya te olvidó el que tú amas.
Esa noche y esa luna 65
las mismas son que miraran
indiferentes tu dicha,
cual ora ven tu desgracia.
¡Ah! llora sí, ¡pobre Elvira!
¡Triste amante abandonada! 70
Esas hojas de esas flores
que distraída tú arrancas,
¿sabes adónde, infeliz,
el viento las arrebata?
Donde fueron tus amores, 75
tu ilusión y tu esperanza;
deshojadas y marchitas,
¡pobres flores de tu alma!
Blanca nube de la aurora,
teñida de ópalo y grana, 80
naciente luz te colora,
refulgente precursora
de la cándida mañana.
Mas ¡ay! que se disipó
tu pureza virginal, 85
tu encanto el aire llevó
cual la aventura ideal
que el amor te prometió.
Hojas del árbol caídas
juguetes del viento son: 90
Las ilusiones perdidas
¡ay! son hojas desprendidas
del árbol del corazón.
¡El corazón sin amor!
Triste páramo cubierto 95
con la lava del dolor,
oscuro inmenso desierto
donde no nace una flor!
Distante un bosque sombrío,
el sol cayendo en la mar, 100
en la playa un aduar,
y a los lejos un navío
viento en popa navegar;
óptico vidrio presenta
en fantástica ilusión, 105
y al ojo encantado ostenta
gratas visiones, que aumenta
rica la imaginación.
Tú eres, mujer, un fanal
transparente de hermosura: 110
¡Ay de ti! si por tu mal
rompe el hombre en su locura
tu misterioso cristal.
Mas ¡ay! dichosa tú, Elvira,
en tu misma desventura, 115
que aun deleites te procura,
cuando tu pecho suspira,
tu misteriosa locura:
Que es la razón un tormento,
y vale más delirar 120
sin juicio, que el sentimiento
cuerdamente analizar,
fijo en él el pensamiento.
Vedla, allí va que sueña en su locura,
presente el bien que para siempre huyó. 125
Dulces palabras con amor murmura:
Piensa que escucha al pérfido que amó.
Vedla, postrada su piedad implora
cual si presente la mirara allí:
Vedla, que sola se contempla y llora, 130
miradla delirante sonreír.
Y su frente en revuelto remolino
ha enturbiado su loco pensamiento,
como nublo que en negro torbellino
encubre el cielo y amontona el viento. 135
Y vedla cuidadosa escoger flores,
y las lleva mezcladas en la falda,
y, corona nupcial de sus amores,
se entretiene en tejer una guirnalda.
Y en medio de su dulce desvarío 140
triste recuerdo el alma le importuna
y al margen va del argentado río,
y allí las flores echa de una en una;
y las sigue su vista en la corriente,
una tras otras rápidas pasar, 145
y confusos sus ojos y su mente
se siente con sus lágrimas ahogar:
Y de amor canta, y en su tierna queja
entona melancólica canción,
canción que el alma desgarrada deja, 150
lamento ¡ay! que llaga el corazón.
¿Qué me valen tu calma y tu terneza,
tranquila noche, solitaria luna,
si no calmáis del hado la crudeza,
ni me dais esperanza de fortuna? 155
¿Qué me valen la gracia y la belleza,
y amar como jamás amó ninguna,
si la pasión que el alma me devora,
la desconoce aquel que me enamora?
Lágrimas interrumpen su lamento, 160
inclinan sobre el pecho su semblante,
y de ella en derredor susurra el viento
sus últimas palabras, sollozante.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Murió de amor la desdichada Elvira,
cándida rosa que agostó el dolor,
süave aroma que el viajero aspira 170
y en sus alas el aura arrebató.
Vaso de bendición, ricos colores
reflejó en su cristal la luz del día,
mas la tierra empañó sus resplandores,
y el hombre lo rompió con mano impía. 175
Una ilusión acarició su mente:
Alma celeste para amar nacida,
era el amor de su vivir la fuente,
estaba junto a su ilusión su vida.
Amada del Señor, flor venturosa, 180
llena de amor murió y de juventud:
Despertó alegre una alborada hermosa,
y a la tarde durmió en el ataúd.
Mas despertó también de su locura
al término postrero de su vida, 185
y al abrirse a sus pies la sepultura,
volvió a su mente la razón perdida.
¡La razón fría! ¡La verdad amarga!
¡El bien pasado y el dolor presente!...
¡Ella feliz! ¡que de tan dura carga 190
sintió el peso al morir únicamente!
Y conociendo ya su fin cercano,
su mejilla una lágrima abrasó;
y así al infiel con temblorosa mano,
moribunda su víctima escribió: 195
«Voy a morir: perdona si mi acento
vuela importuno a molestar tu oído:
Él es, don Félix, el postrer lamento
de la mujer que tanto te ha querido.
La mano helada de la muerte siento... 200
Adiós: ni amor ni compasión te pido...
Oye y perdona si al dejar el mundo,
arranca un ¡ay! su angustia al moribundo.
»¡Ah! para siempre adiós. Por ti mi vida
dichosa un tiempo resbalar sentí, 205
y la palabra de tu boca oída,
éxtasis celestial fue para mí.
Mi mente aún goza la ilusión querida
que para siempre ¡mísera! perdí...
¡Ya todo huyó, desapareció contigo! 210
¡Dulces horas de amor, yo las bendigo!
»Yo las bendigo, sí, felices horas,
presentes siempre en la memoria mía,
imágenes de amor encantadoras,
que aún vienen a halagarme en mi agonía. 215
Mas ¡ay! volad, huid, engañadoras
sombras, por siempre; mi postrero día
ha llegado: perdón, perdón, ¡Dios mío!,
si aún gozo en recordar mi desvarío.
»Y tú, don Félix, si te causa enojos 220
que te recuerde yo mi desventura;
piensa están hartos de llorar mis ojos
lágrimas silenciosas de amargura,
y hoy, al tragar la tumba mis despojos,
concede este consuelo a mi tristura; 225
estos renglones compasivo mira;
y olvida luego para siempre a Elvira.
»Y jamás turbe mi infeliz memoria
con amargos recuerdos tus placeres;
goces te dé el vivir, triunfos la gloria, 230
dichas el mundo, amor otras mujeres:
Y si tal vez mi lamentable historia
a tu memoria con dolor trajeres,
llórame, sí; pero palpite exento
tu pecho de roedor remordimiento. 235
»Adiós por siempre, adiós: un breve instante
siento de vida, y en mi pecho el fuego
aún arde de mi amor; mi vista errante
vaga desvanecida... ¡calma luego,
oh muerte, mi inquietud!... ¡Sola... expirante!... 240
Ámame: no, perdona: ¡inútil ruego!
¡Adiós! ¡adiós! ¡tu corazón perdí!
-¡Todo acabó en el mundo para mí!»
Así escribió su triste despedida
momentos antes de morir, y al pecho 245
se estrechó de su madre dolorida,
que en tanto inunda en lágrimas su lecho.
Y exhaló luego su postrer aliento,
y a su madre sus brazos se apretaron
con nervioso y convulso movimiento, 250
y sus labios un nombre murmuraron.
Y huyó su alma a la mansión dichosa,
do los ángeles moran... Tristes flores
brota la tierra en torno de su losa,
el céfiro lamenta sus amores. 255
Sobre ella un sauce su ramaje inclina,
sombra le presta en lánguido desmayo,
y allá en la tarde, cuando el sol declina,
baña su tumba en paz su último rayo...
viernes, noviembre 02, 2007
2 de Noviembre Día de los Fieles Difuntos
El día de los fieles difuntos es una fiesta cristiana que se celebra el día 2 de Noviembre y su objetivo es orar por los fieles que han finalizado su vida terrena y que se encuentran aún en estado de purificación en el purgatorio.
Para nosotros este día es el equivalente a la fiesta de Halloween, rito pagano que tiene su origen en los antiguos pueblos celtas hace más de 2.500 años que se celebra en la actualidad durante la noche del 31 de Octubre. Esta fiesta fue exportada por los inmigrantes irlandeses a Estados Unidos en el siglo XIX. La fiesta original conmemoraba el final del año celta y ese último día se suponía que los espíritus salían de sus tumbas para apoderarse de los vivos y resucitar. Para evitarlo se decoraban las casas con cosas desagradables como huesos o calaveras de manera que los espíritus pasasen de largo asustados.
Como homenaje a nuestra tradición hoy día 2 de Noviembre hago mi pequeña celebración y les dedico esta bella obra de José de Espronceda, El Estudiante de Salamanca, que iré enviando por partes siendo esta la primera. Esta obra cuyo argumento incluye varios motivos como el mito de Don Juan Tenorio, la locura de la protagonista, una impresionante ronda espectral, la mujer esquelet, la visión del propio entierro...ya recogidos en obras de otros autores pero lo que hace de esta obra un poema mítico es la ruptura con los códigos tradicionales que hace que ésta establezca un puente hacia la poesía contemporánea.
El estudiante de Salamanca - Primera Parte
(José De Espronceda)
Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen, 5
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
temerosas voces suenan
informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas, 10
y pavorosas fantasmas
entre las densas tinieblas
vagan, y aúllan los perros
amedrentados al verlas:
En que tal vez la campana 15
de alguna arruinada iglesia
da misteriosos sonidos
de maldición y anatema,
que los sábados convoca
a las brujas a su fiesta. 20
El cielo estaba sombrío,
no vislumbraba una estrella,
silbaba lúgubre el viento,
y allá en el aire, cual negras
fantasmas, se dibujaban 25
las torres de las iglesias,
y del gótico castillo
las altísimas almenas,
donde canta o reza acaso
temeroso el centinela. 30
Todo en fin a media noche
reposaba, y tumba era
de sus dormidos vivientes
la antigua ciudad que riega
el Tormes, fecundo río, 35
nombrado de los poetas,
la famosa Salamanca,
insigne en armas y letras,
patria de ilustres varones,
noble archivo de las ciencias. 40
Súbito rumor de espadas
cruje y un ¡ay! se escuchó;
un ay moribundo, un ay
que penetra el corazón,
que hasta los tuétanos hiela 45
y da al que lo oyó temblor.
Un ¡ay! de alguno que al mundo
pronuncia el último adiós.
El ruido
cesó, 50
un hombre
pasó
embozado,
y el sombrero
recatado 55
a los ojos
se caló.
Se desliza
y atraviesa
junto al muro 60
de una iglesia
y en la sombra
se perdió.
Una calle estrecha y alta,
la calle del Ataúd 65
cual si de negro crespón
lóbrego eterno capuz
la vistiera, siempre oscura
y de noche sin más luz
que la lámpara que alumbra 70
una imagen de Jesús,
atraviesa el embozado
la espada en la mano aún,
que lanzó vivo reflejo
al pasar frente a la cruz. 75
Cual suele la luna tras lóbrega nube
con franjas de plata bordarla en redor,
y luego si el viento la agita, la sube
disuelta a los aires en blanco vapor:
Así vaga sombra de luz y de nieblas, 80
mística y aérea dudosa visión,
ya brilla, o la esconden las densas tinieblas
cual dulce esperanza, cual vana ilusión.
La calle sombría, la noche ya entrada,
la lámpara triste ya pronta a expirar, 85
que a veces alumbra la imagen sagrada
y a veces se esconde la sombra a aumentar.
El vago fantasma que acaso aparece,
y acaso se acerca con rápido pie,
y acaso en las sombras tal vez desparece, 90
cual ánima en pena del hombre que fue,
al más temerario corazón de acero
recelo inspirara, pusiera pavor;
al más maldiciente feroz bandolero
el rezo a los labios trajera el temor. 95
Mas no al embozado, que aún sangre su espada
destila, el fantasma terror infundió,
y, el arma en la mano con fuerza empuñada,
osado a su encuentro despacio avanzó.
Segundo don Juan Tenorio, 100
alma fiera e insolente,
irreligioso y valiente,
altanero y reñidor:
Siempre el insulto en los ojos,
en los labios la ironía, 105
nada teme y toda fía
de su espada y su valor.
Corazón gastado, mofa
de la mujer que corteja,
y, hoy despreciándola, deja 110
la que ayer se le rindió.
Ni el porvenir temió nunca,
ni recuerda en lo pasado
la mujer que ha abandonado,
ni el dinero que perdió. 115
Ni vio el fantasma entre sueños
del que mató en desafío,
ni turbó jamás su brío
recelosa previsión.
Siempre en lances y en amores, 120
siempre en báquicas orgías,
mezcla en palabras impías
un chiste y una maldición.
En Salamanca famoso
por su vida y buen talante, 125
al atrevido estudiante
le señalan entre mil;
fuero le da su osadía,
le disculpa su riqueza,
su generosa nobleza, 130
su hermosura varonil.
Que en su arrogancia y sus vicios,
caballeresca apostura,
agilidad y bravura
ninguno alcanza a igualar: 135
Que hasta en sus crímenes mismos,
en su impiedad y altiveza,
pone un sello de grandeza
don Félix de Montemar.
Bella y más segura que el azul del cielo 140
con dulces ojos lánguidos y hermosos,
donde acaso el amor brilló entre el velo
del pudor que los cubre candorosos;
tímida estrella que refleja al suelo
rayos de luz brillantes y dudosos, 145
ángel puro de amor que amor inspira,
fue la inocente y desdichada Elvira.
Elvira, amor del estudiante un día,
tierna y feliz y de su amante ufana,
cuando al placer su corazón se abría, 150
como el rayo del sol rosa temprana;
del fingido amador que la mentía,
la miel falaz que de sus labios mana
bebe en su ardiente sed, el pecho ajeno
de que oculto en la miel hierve el veneno. 155
Que no descansa de su madre en brazos
más descuidado el candoroso infante,
que ella en los falsos lisonjeros lazos
que teje astuto el seductor amante:
Dulces caricias, lánguidos abrazos, 160
placeres ¡ay! que duran un instante,
que habrán de ser eternos imagina
la triste Elvira en su ilusión divina.
Que el alma virgen que halagó un encanto
con nacarado sueño en su pureza, 165
todo lo juzga verdadero y santo,
presta a todo virtud, presta belleza.
Del cielo azul al tachonado manto,
del sol radiante a la inmortal riqueza,
al aire, al campo, a las fragantes flores, 170
ella añade esplendor, vida y colores.
Cifró en don Félix la infeliz doncella
toda su dicha, de su amor perdida;
fueron sus ojos a los ojos de ella
astros de gloria, manantial de vida. 175
Cuando sus labios con sus labios sella
cuando su voz escucha embebida,
embriagada del dios que la enamora,
dulce le mira, extática le adora.
Para nosotros este día es el equivalente a la fiesta de Halloween, rito pagano que tiene su origen en los antiguos pueblos celtas hace más de 2.500 años que se celebra en la actualidad durante la noche del 31 de Octubre. Esta fiesta fue exportada por los inmigrantes irlandeses a Estados Unidos en el siglo XIX. La fiesta original conmemoraba el final del año celta y ese último día se suponía que los espíritus salían de sus tumbas para apoderarse de los vivos y resucitar. Para evitarlo se decoraban las casas con cosas desagradables como huesos o calaveras de manera que los espíritus pasasen de largo asustados.
Como homenaje a nuestra tradición hoy día 2 de Noviembre hago mi pequeña celebración y les dedico esta bella obra de José de Espronceda, El Estudiante de Salamanca, que iré enviando por partes siendo esta la primera. Esta obra cuyo argumento incluye varios motivos como el mito de Don Juan Tenorio, la locura de la protagonista, una impresionante ronda espectral, la mujer esquelet, la visión del propio entierro...ya recogidos en obras de otros autores pero lo que hace de esta obra un poema mítico es la ruptura con los códigos tradicionales que hace que ésta establezca un puente hacia la poesía contemporánea.
El estudiante de Salamanca - Primera Parte
(José De Espronceda)
Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen, 5
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
temerosas voces suenan
informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas, 10
y pavorosas fantasmas
entre las densas tinieblas
vagan, y aúllan los perros
amedrentados al verlas:
En que tal vez la campana 15
de alguna arruinada iglesia
da misteriosos sonidos
de maldición y anatema,
que los sábados convoca
a las brujas a su fiesta. 20
El cielo estaba sombrío,
no vislumbraba una estrella,
silbaba lúgubre el viento,
y allá en el aire, cual negras
fantasmas, se dibujaban 25
las torres de las iglesias,
y del gótico castillo
las altísimas almenas,
donde canta o reza acaso
temeroso el centinela. 30
Todo en fin a media noche
reposaba, y tumba era
de sus dormidos vivientes
la antigua ciudad que riega
el Tormes, fecundo río, 35
nombrado de los poetas,
la famosa Salamanca,
insigne en armas y letras,
patria de ilustres varones,
noble archivo de las ciencias. 40
Súbito rumor de espadas
cruje y un ¡ay! se escuchó;
un ay moribundo, un ay
que penetra el corazón,
que hasta los tuétanos hiela 45
y da al que lo oyó temblor.
Un ¡ay! de alguno que al mundo
pronuncia el último adiós.
El ruido
cesó, 50
un hombre
pasó
embozado,
y el sombrero
recatado 55
a los ojos
se caló.
Se desliza
y atraviesa
junto al muro 60
de una iglesia
y en la sombra
se perdió.
Una calle estrecha y alta,
la calle del Ataúd 65
cual si de negro crespón
lóbrego eterno capuz
la vistiera, siempre oscura
y de noche sin más luz
que la lámpara que alumbra 70
una imagen de Jesús,
atraviesa el embozado
la espada en la mano aún,
que lanzó vivo reflejo
al pasar frente a la cruz. 75
Cual suele la luna tras lóbrega nube
con franjas de plata bordarla en redor,
y luego si el viento la agita, la sube
disuelta a los aires en blanco vapor:
Así vaga sombra de luz y de nieblas, 80
mística y aérea dudosa visión,
ya brilla, o la esconden las densas tinieblas
cual dulce esperanza, cual vana ilusión.
La calle sombría, la noche ya entrada,
la lámpara triste ya pronta a expirar, 85
que a veces alumbra la imagen sagrada
y a veces se esconde la sombra a aumentar.
El vago fantasma que acaso aparece,
y acaso se acerca con rápido pie,
y acaso en las sombras tal vez desparece, 90
cual ánima en pena del hombre que fue,
al más temerario corazón de acero
recelo inspirara, pusiera pavor;
al más maldiciente feroz bandolero
el rezo a los labios trajera el temor. 95
Mas no al embozado, que aún sangre su espada
destila, el fantasma terror infundió,
y, el arma en la mano con fuerza empuñada,
osado a su encuentro despacio avanzó.
Segundo don Juan Tenorio, 100
alma fiera e insolente,
irreligioso y valiente,
altanero y reñidor:
Siempre el insulto en los ojos,
en los labios la ironía, 105
nada teme y toda fía
de su espada y su valor.
Corazón gastado, mofa
de la mujer que corteja,
y, hoy despreciándola, deja 110
la que ayer se le rindió.
Ni el porvenir temió nunca,
ni recuerda en lo pasado
la mujer que ha abandonado,
ni el dinero que perdió. 115
Ni vio el fantasma entre sueños
del que mató en desafío,
ni turbó jamás su brío
recelosa previsión.
Siempre en lances y en amores, 120
siempre en báquicas orgías,
mezcla en palabras impías
un chiste y una maldición.
En Salamanca famoso
por su vida y buen talante, 125
al atrevido estudiante
le señalan entre mil;
fuero le da su osadía,
le disculpa su riqueza,
su generosa nobleza, 130
su hermosura varonil.
Que en su arrogancia y sus vicios,
caballeresca apostura,
agilidad y bravura
ninguno alcanza a igualar: 135
Que hasta en sus crímenes mismos,
en su impiedad y altiveza,
pone un sello de grandeza
don Félix de Montemar.
Bella y más segura que el azul del cielo 140
con dulces ojos lánguidos y hermosos,
donde acaso el amor brilló entre el velo
del pudor que los cubre candorosos;
tímida estrella que refleja al suelo
rayos de luz brillantes y dudosos, 145
ángel puro de amor que amor inspira,
fue la inocente y desdichada Elvira.
Elvira, amor del estudiante un día,
tierna y feliz y de su amante ufana,
cuando al placer su corazón se abría, 150
como el rayo del sol rosa temprana;
del fingido amador que la mentía,
la miel falaz que de sus labios mana
bebe en su ardiente sed, el pecho ajeno
de que oculto en la miel hierve el veneno. 155
Que no descansa de su madre en brazos
más descuidado el candoroso infante,
que ella en los falsos lisonjeros lazos
que teje astuto el seductor amante:
Dulces caricias, lánguidos abrazos, 160
placeres ¡ay! que duran un instante,
que habrán de ser eternos imagina
la triste Elvira en su ilusión divina.
Que el alma virgen que halagó un encanto
con nacarado sueño en su pureza, 165
todo lo juzga verdadero y santo,
presta a todo virtud, presta belleza.
Del cielo azul al tachonado manto,
del sol radiante a la inmortal riqueza,
al aire, al campo, a las fragantes flores, 170
ella añade esplendor, vida y colores.
Cifró en don Félix la infeliz doncella
toda su dicha, de su amor perdida;
fueron sus ojos a los ojos de ella
astros de gloria, manantial de vida. 175
Cuando sus labios con sus labios sella
cuando su voz escucha embebida,
embriagada del dios que la enamora,
dulce le mira, extática le adora.
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